jueves, 18 de agosto de 2016

Día X

He perdido la cuenta de las veces que te he hecho daño. Del tiempo que, cada vez que te miro, no te veo. Del tiempo que hace que soy consciente de que estás hecho pedacitos por mi culpa. Ya no recuerdo cuántas noches he pasado llorando ni tampoco de cuál fue el momento en el que volví al pasado y me estanqué allí. Ni el momento en el que te hice perder la ilusión.

Te he roto.

¿Cómo reaccionar ante esto? Sólo yo tengo la respuesta. ¿Cómo afrontar que tu todo probablemente se convierta en nada? Eso no va a pasar, porque has llegado a ser mucho para mi. O lo que es peor,  que para lo que para ti aún lo es todo, pases a ser nada. Nunca has sido nada.

Sabes que nunca me han gustado los temas de alcohol unidos a los problemas, pero ha sido mi culpa que hayas llegado a esos extremos. Ese estado de embriaguez no te está ayudando a hacerte la idea de no tenerme, porque me tienes. No me gusta que te plantees siquiera llegar al punto de esas personas que toman el alcohol como salida a los problemas porque no lo es. Tú has sido el que me ha enseñado que siempre hay que enfrentarse a los problemas de cara y siendo sinceros, ¿no? Pues vamos a enfrentarnos a nosotros mismos y a hacer de nosotros algo mucho más fuerte de lo que lo ha sido nunca.
Siempre te he dicho que eres muy cabezón y por una vez me alegro de que lo seas. Sigue pensando que todo se va a arreglar, porque lo hará. Con un poco de suerte, no con la mía,  la mía se quedó en el suelo como el tarro de sal. Con la tuya y con la que me diste al convertirme en un koala y al perderte aquel partido. Pero que, al fin y al cabo, volveremos a ser nosotros, nuestros.

Te he roto.

Es jodido pensar que te he hecho tantísimo daño en simplemente unas semanas, o tres años. Teníamos muchísimos planes para este verano,  ¿y qué si no los hemos hecho? Nos quedan muchísimos días por delante para hacer todas y cada una de las cosas que habían planeadas y sin planear.
Mi punto de apoyo eres tú y no has quedado renegado, ni lento,  ni a velocidad vertiginosa.
De verme con suerte a que te hartes de mi día sí y día también. De que contigo soy yo misma y no existe posibilidad de forzar nada. De que me cambies el humor siempre que estoy mal, a intentar hacer lo mismo por ti. De que saltes de la cama el día que aparezca en tu salón hablando con tu hermana y verte esos ojitos iluminados por ganas de verme. De no dejarte nunca solo para que no haya posibilidad de dudas infinitas, que esas siempre serán mías y nuestra la canción, sin duda alguna. Ni dejarte que te preguntes esas cosas que te hacen tanto daño, porque no te hará falta.

Te he roto.

Mi rey del positivismo, ese que le saca una sonrisa a cualquiera, fuera cual fuese su estado de ánimo. El terapeuta por excelencia de amigos y conocidos y el mío propio. El que siempre ve el lado bueno a la peor situación. El que se pasa mirándome con esos ojitos brillantes horas y horas sin cansarse y sin casarse tampoco. Y el que supera junto a mí los problemas con facilidad. Ese es mi chico.

Te he roto.

El deporte puede ser una de las soluciones, pero lo que nadie sabe es que el deporte en compañía es mucho más divertido. No saben que mi piscina te echa de menos, que mis lentejas te están esperando en la mesa y se están empezando a enfriar, que la sandía se está calentando porque en la nevera se reseca y que la leche condensada está cambiando de estado de las veces que me ha visto hablando de tí. Mi pececillo.

Te he roto.

Nunca has sido controlador, pero por mi has llegado al extremo de estar tan preocupado hasta no parar de mirar las redes sociales por si acaso ha cambiado algo en mí y tu satisfacción ha sido encontrar que la falta de noticias, son buenas noticias.

Te he roto.

No hay vez en la que, cada vez que salgo de mi habitación, me pregunten si he hablado contigo. Por cómo estás y que me adviertan que si te pierdo me voy a arrepentir mucho y que esta situación se está alargando cada vez más. Que por muchas vueltas que le dan no son capaces de entender como sigo estancada en el pasado. Que después de los tres meses que hemos pasado, debería de tener más que claro lo que siento por tí. Y lo tengo. Que las cosas se que no se arreglan metiéndome en mi burbuja que siempre creo ante los problemas que se me presentan. No he aprendido todavía que esa burbuja siempre acaba explotándome en la cara y haciéndome y haciendo más daño del que ya he hecho.

Te he roto.

Y quiero que vuelvas a ser el mismo. No sé si conmigo o sin mi. Pero esta situación se que está haciendo que te vuelvas loco. No has fallado. He fallado yo. En no dejar el pasado atrás y en permitirte que entres en mi vida antes de cerrar las puertas que en su momento parecía que había cerrado. Eres el mejor, no mas bueno de lo que te hago creer, sino muchísimo más. Mucho más de lo que crees, creen y creo. No creo que seas suficiente para mí, sé que eres demasiado para mí. No sé si habrá alguien a tu altura, pero está claro que yo no lo estoy. Pero voy a hacer lo que esté en mi mano, o en mis pies,  para ponerme de puntillas como siempre y poder abrazarte para seguir adelante.
Yo, capaz de lo peor y de lo mejor, (más de lo peor), que te he visto reír y llorar y tú que me has enseñado lo que es el querer. Yo, que como siempre me dices, he sido y seré tu primer amor. Yo, como me dijiste el día de mis 17, soy poesía y hago que sin mí sólo seas prosa. Pero lo que no sabes, es que nunca he sido más de 20 poemas y una canción desesperada. Siempre he sido de prosa, sin rima, pero contigo.
Sabes que no me gusta que tu humor dependa de mí, solo puedo decirte que ni se te ocurra darme las gracias porque esto no es una despedida. Porque contigo soy yo y no te vas a alejar de mí. Por hacerme sentir marea y por haber surcado mis aguas y seguir en ese barco. Porque te quedan veces que estremecerte al arañarte la espalda o al verme bailar como a tí te gusta. Por no creerme nunca que he sido lo más bonito que has conocido en la vida y por haberte apoyado cuando más lo necesitabas porque sí, porque me apetecía y porque te lo mereces. Las gracias te las doy yo a tí por enseñarme el valor de una caricia y la fuerza que tiene un abrazo porque sin costillas flotantes se puede vivir. Porque como todo el mundo dice, las reconciliaciones son lo mejor y oye, está comprobado que es verdad. Por lo natural que somos, porque más felices no se puede ser.

Yo, intentando reconstruirte para que vuelvas a ser tú.
No me hace falta coser para remendar esos pedazos. Lo arreglan unas chanclas en agosto de 2016 y hacerte feliz hasta que me des ese sí tan deseado para mí.

No me esperes.

No hace falta que lo hagas. Estoy aquí.

Te quiero.