miércoles, 4 de abril de 2018

Soy y no soy.

No soy de nadie y de todos. No soy de ningún lugar y de todos. No soy y de vez en cuando, soy.

No soy de nadie, pero todas las personas que han pasado por mi vida tienen un hueco en mi memoria y en mi corazón. Tienen su pequeño espacio dónde siempre van a poder volver aunque no lo vayan ni quieran hacerlo. Soy de mi familia, de los besos de buenas noches de mi padre y los que no son de buenas noches, soy de los ''Malicoché'' de mi madre y de los despertares con amor, soy del ejemplo de mis hermanas y de la confianza que me brindan, soy de mis abuelos, del campo del abuelo Jose María, de las tortas de nueces de la abuela Grego, del: ''¡¡¡capullo bonito!!!'' del abuelo Antonio y de los platos de arroz de la abuela Trini. Soy de mis amigas, de Julieta que sin ella no podría ni haber llegado ni seguir donde estoy, soy de María que me ha demostrado lo que significa el nunca faltar, soy de Laura y de Carla las hermanas pequeñas que nunca tuve, soy de ese estúpido que aguanta mis audios de 13 minutos y aunque sea mala con él, los escucha y está siempre, soy de mi esa caja de sorpresas a la que llaman Poni y que tantas cervezas me debe (acompañadas de nuestras charlas largas y tendidas), soy de mi Maridica que nunca ha desaparecido a pesar de los años y la distancia y soy de tí. 

No soy de ningún lugar, pero mis raíces están en Castillo con mi Pava, mi adolescencia en Alcalá junto con todos los errores que cometí en esa época, los dos años que fueron cruciales para mi futuro en Córdoba junto con el daño que hice a personas que me importaban y me importan, y junto el daño que me hicieron a mí. Y por último, soy de Finlandia. El lugar y momento que me ha hecho cambiar tantísimo y que me ha hecho darme cuenta de lo importante que es el amor propio. Porque las personas van y vienen, pero tú eres el único con el que vas a pasar el resto de tu vida, cada segundo. El lugar que me ha hecho valorar lo que es un abrazo, un beso, un gesto, una simple sonrisa y la importancia de la gente que te quiere y que quieres. El que me ha dado tan malos y tan buenos momentos, pero sobre todo, me ha dado la persona que me ha sacado del pozo en el que me meto cada vez que algo me hunde. Nunca me he definido como una persona sensible y que se hunde por todo, pero nadie me ha visto tan hundida gracias a la familia que tengo y al vínculo tan grande que hay entre nosotros. Y aquí nadie me ha visto tan hundida gracias a ella. Se que mi gente desde España está tratando de ayudarme desde lejos, pero ella me ha hecho cambiar la manera de ver las cosas con solo mirarme y sonreírme. El verte sola, en un país que no conoces, en una casa que no es la tuya, en un instituto en el que nadie te mira y tú simplemente esperando una sonrisa, un sitio en el que tratas de corazón sentirte parte de él, pero nunca lo consigues. Este lugar me ha quitado mucho, pero me ha dado muchísimo más. 

No soy y de vez en cuando, soy. 
Desde pequeñita me han hecho ver que las comparaciones son odiosas y que nunca se va a dar la misma situación en las mismas condiciones como para tener la posibilidad de compararlas. Durante toda mi vida he tomado decisiones buenas y malas, algunas de las que estoy orgullosa de haberlas hecho y otras que me han enseñado para las próximas veces (porque siempre hay una próxima vez). Estas me han hecho crecer y crear mi camino y futuro poco a poco hasta llegar donde estoy y donde tengo planeado llegar. Por ello, nunca me ha gustado comparar, porque no es que todo sea blanco o negro, sino que hay escala de grises y no por ser grises es malo, o más desprolijo, simplemente diferente algo nuevo de lo que aprender. Por desgracia la sociedad en la que hemos crecido está llena de comparaciones como por ejemplo, la danza. La danza ha sido mi vida desde que tengo siete años y siempre ha habido alguien mejor que yo, o alguien con más giro, con más equilibrio, con más empeine, más bonita, más delgada, con más estilo para bailar, con mejor memoria... Pero como siempre amé la danza con mi corazón, nunca me paré a pensar en compararme con alguien y en caso de hacerlo, lo hacía para mejorar y como un nuevo reto más, para seguir avanzando. Otro ejemplo son los idiomas, nunca he sido buena en inglés y siempre me ha encantado el francés y se me ha dado bien, pero el estar en Finlandia me ha ayudado a progresar mi inglés con creces y a conocer el idioma finlandés (que no es nada fácil). Pero las únicas comparaciones que nunca en mi vida he sido capaz de asimilar son entre personas. Una persona JAMÁS es igual que otra, o nunca hace las cosas igual que otra persona. SIEMPRE hay otras cirscustancias, otro momento, otras razones, otras formas de ser, otros pensamientos, otros por qués, otra educación sean o no del mismo país. Dicho esto, otra forma de ''comparación''/''superioridad'' es el poner títulos a las personas o a las sociedades. Como por ejemplo (me ha dado fuerte por los ejemplos): Un país determinado (sin rótulos) que está considerado el país más feliz del mundo, el país que no es racista, el país que tiene la mejor educación, uno de los países más generosos del mundo... y un largo etc. Me encanta este país, pero por encima de eso están mis principios y lo siento mucho pero detesto la hipocresía.
Puede ser que mi manera de ver la felicidad sea diferente a la suya, cuando la mía es estar en familia y con amigos, la suya puede ser estar viendo series en su cuarto, puede ser que no todo el mundo sea racista, pero he visto como la gente te mira raro simplemente porque hablas otro idioma, o por tener otro color de piel, puede ser que la educación sea mejor que en otros países, pero después de estar 15 años de mi vida en colegio e instituto (contando con que he estado en dos institutos y tres conservatorios distintos), yo particularmente no noto la diferencia, bueno sí, te dejan usar el teléfono y usar auriculares siempre que quieras. Este lugar me ha hecho cambiar mucho, me ha hecho quererme y querer a los míos, recordarme que no hace falta querer a alguien que no me quiere, me ha enseñado que siempre los amigos que son de verdad nunca se van de tu lado, me ha enseñado muchísimos valores, me ha enseñado a valorar los momentos compartidos, pero sobre todo esto, me ha hecho madurar y darle importancia a lo realmente importante.
Al fin y al cabo, sigo y siempre seguiré siendo yo, estando orgullosa de donde vengo.