lunes, 23 de julio de 2018

Lo que te has perdido.

¿Cómo querer cuando ni siquiera te quieres a ti mism@?
¿Cómo hacer feliz a alguien cuando no lo eres contigo mism@?
¿Cómo conocer a alguien cuando no me conozco a mi misma?

Estas son las preguntas que cualquiera diría que son una tontería o que no tienen importancia, que simplemente con el tiempo aprendemos a querer con o sin daños provenientes de otra persona. Estas son las preguntas que yo me hacía hace 10 meses y a las que nunca les vi respuesta hasta que me conocí.

Hace exactamente 11 meses, me despedí de lo que creí que era lo más importante para mí y de aquello en lo que tantísima confianza y corazón puse. Pero después de un par de meses de mi partida, me di cuenta de que no todo es lo que parece y que no es bueno ponerle el corazón en bandeja a alguien porque eso le da el derecho a hacer lo que quiera con él. A lo mejor las intenciones en un principio no eran herirlo pero detrás de todo aquello se escondía una excusa hecha espada que lo partió en dos sin que yo me diera cuenta. Lo hizo poco a poco pero sin ningún cuidado y antes de estar seguro de haberlo roto bien en trocitos, junto con la tardanza que llevó, me quitó aquellas tiritas que sabía que tras sus heridas yo las iba a necesitar. Pero no supo que las decepciones tras llorarlas un poco son lo que más cura un corazón.

Volví a casa, e ingenua de mí, pensé que lo que yo había creado durante 13 meses iba a poder retomarlo o al menos rellenar las grietas que tuviera para construirlo más y más fuerte, pero eso no pasó. Me dí cuenta tarde de que los sacrificios que uno hace por la gente que quiere no siempre son devueltos con el mismo amor, y ahí está la decepción. La que después de una, otra, y otra y otra decide parar y quererse. De ahí renazco yo.

El renacer de una persona que ha estado confiando en los pilares que ella creía más fundamentales para ella y que se le desplomaron junto con su mundo entero. Ahí fue cuando me dí cuenta de que estaba sola. Creí que mi mundo llegaba a su fin, que desaparecería junto con todo el amor que dí pero no recibí de vuelta, creí que después de ellos (no me refiero solo a tí) no había más. Hasta que me agarré a aquella mano que nunca me suelta, y lloré. Lloré mucho. Pero ella me secó las lágrimas, me abrazó y me dijo que nunca se iría, que los amigos vienen y van, pero la familia no. Esta mi familia está conformada por esas personas que me ven mal y no les hace falta preguntar, porque me conocen lo suficiente como para simplemente abrazarme y ahí darme cuenta de que a su lado todo va a estar bien. Porque con la familia que no he elegido, y con la familia que sí he elegido me siento en casa, siendo esta aquí y en Nummela. Aquel pueblito que nadie conoce pero que no sabe lo feliz que me ha podido hacer en tan poquísimo tiempo. 

Tras hacerme esas tres preguntas una y otra vez, decidí que era hora del cambio, un cambio en mi vida y en mí que me iban a convertir en la mujer que soy. Así que, te has perdido quien soy, lo que estaba dispuesta a entregarte y te has perdido quien es, la mujer que ahora tienes delante. 

Siempre te dije que ponía cuerpo, corazón y alma, pero cuando alguien rompía esa confianza que yo entregaba completamente, ya no la volvía a recuperar y aquí me ves, sin rencores pero sin confianza que entregarte y entregaros a aquellos que cuando más os necesitaba simplemente desaparecisteis y os reísteis de mí sin yo saberlo siquiera. Pero gracias a la familia de la que hablo, estoy en pie y muy feliz. De hecho, me gustaría daros las gracias a aquellos que me habéis hecho más fuerte con vuestros daños pero no esperéis que vuelva porque cuando más me necesitéis y cuando estéis al borde del abismo, tendréis la esperanza de mi vuelta y no será así. Porque sin daros cuenta, me habré ido.

Para siempre.